miércoles, 28 de mayo de 2025

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Lo invisible que también es real o el día que toqué lo inmaterial - Parte I

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No sé ni cómo empezar esto…


A veces pasamos la vida deseando, pidiendo con fervor una señal. Un gesto sutil, una manifestación. Algo que nos confirme que hay algo más allá de este plano físico, más allá de esta vida de formas, relojes y materia.


Un vistazo, aunque sea breve, al mundo que no se ve.
Un roce del universo onírico.
Un instante del plano espiritual.


Ese lugar que trasciende las leyes materiales que nos rigen. El mismo que ha sido nombrado por corrientes filosóficas, religiones y culturas desde tiempos inmemoriales. El que casi todos —crean o no—, de alguna manera, perciben o intuyen.


Incluso los más escépticos, incluso quienes se burlan, llevan dentro una duda curiosa, una inquietud que a veces se despierta en el silencio, o en el dolor, o en la belleza inexplicable de algo. Algunos exploran ese misterio desde la meditación profunda, desde disciplinas físicas, desde el arte, la respiración, o incluso desde experiencias químicas.

Los métodos son muchos.
Y no me atrevo a llamarlos correctos o incorrectos. Creo que en la diversidad no debe existir el juicio de “bien” o “mal” a menos que exista una intención dañina detrás. Pero ese es otro tema…


Lo que quiero decir es esto:


Tardé 33 años en tener un vistazo real.
Un vistazo tangible, claro, replicable.
Una experiencia que, dentro de lo que es mi verdad, solo puedo llamar verdad absoluta.


No fue un sueño.
No fue una alucinación.
No fue imaginación.


Fue un instante que lo cambió todo, porque me mostró que ese otro mundo… existe.

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