viernes, 30 de mayo de 2025

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Más allá del reflejo

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No entiendo por qué la sociedad insiste tanto en ser superficial. Es algo que, desde siempre, he rechazado profundamente. Comprendo cómo funciona este juego: hay que usar las mismas herramientas que el sistema ofrece para destacar, para ser tomado en serio, para que te otorguen valor como persona… o como hombre. Y eso, honestamente, me parece injusto.


Injusto para quienes no tienen esa posibilidad, para quienes no saben —o no pueden— adaptarse a esa narrativa. Yo, en cambio, sí puedo. Reconozco los códigos, los signos, las trampas. Sé cómo manipular las formas, cómo encajar, cómo moverme entre las reglas invisibles que otros siguen sin cuestionar. Pero hay muchos que no. Y me duele ver cómo a menudo se premia la imagen sobre el contenido, la apariencia por encima de la esencia.


Vivimos en una sociedad que celebra la forma y descarta el fondo. Donde la inteligencia, la virtud, la sensibilidad o los principios quedan eclipsados por una buena foto o una sonrisa ensayada. Y al revés también: se les da voz, influencia y valor a quienes, por dentro, están vacíos. Basta con mirar a muchos de nuestros referentes actuales: íconos que viven únicamente de lo estético, de lo aspiracional, de una narrativa construida. Que no está mal del todo —a todos nos gusta lo bello—, pero no puede ser lo único.


No puede ser que juzguemos a las personas solo por lo que muestran. No puede ser que ignoremos lo que realmente importa: su historia, sus pensamientos, sus valores. Su verdad.


Ojalá, si estás leyendo esto, te detengas un momento y pienses. Ojalá te des la oportunidad de mirar más allá de la superficie. Ojalá podamos ser un poco menos ciegos, un poco menos fríos. Un poco más humanos.

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