El universo tiene formas misteriosas de hablarnos...
Lo hace en silencio, con movimientos sutiles, casi imperceptibles, como si supiera que las respuestas más importantes no se gritan, se susurran al corazón en los momentos más inesperados.
A veces nos desesperamos intentando encontrar sentido a las acciones —o ausencias— de quienes nos rodean. Queremos entender, buscamos razones, excusas, algo que nos dé paz. Pero olvidamos que, a veces, la verdad es mucho más simple de lo que queremos aceptar.
El estoicismo lo dice sin rodeos:
"La mejor forma de conocer la filosofía de una persona no es por lo que dice, sino por cómo se comporta."
Y así, tan sencillo y brutal como eso, nos enfrentamos a la realidad. Nuestra mente repite escenas, palabras no dichas, gestos que duelen, intentando armar un rompecabezas que tal vez no tenga piezas. Pero las acciones… ellas no mienten. Ellas revelan lo que alguien lleva dentro...
Curiosamente, sin saberlo, he vivido así toda mi vida: observando, sintiendo en silencio, descifrando verdades que otros prefieren callar. Y aunque entenderlo me da claridad, estar en paz con ello... es un desafío mucho más profundo.
Entonces, ¿qué nos queda?
Mirar al dolor de frente, con la valentía que nace del amor propio.
Aceptar lo que es.
Y en medio del caos, buscar dentro de nosotros esa serenidad que no depende de nadie más.
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