No pensé que en mi proceso de escribir la publicación "Cómo la Idolatría Fácil Surge al Perder la Conexión con lo Divino" surgiera tanta información 😅 que terminara convirtiendo 1 post en 3 🤯. Este es el segundo artículo que sirve de contexto, y contiene una breve pero importante enseñanza que surgió del análisis de la simbología relacionada con Nehustán y la profecía/enseñanza que Jesús mismo hizo (y que muchas doctrinas religiosas citan a medias 😐)
Nehustán: El Símbolo de Fe que se convirtió en Ídolo
Dios, en su profundo entendimiento de la naturaleza humana, reconoció que los israelitas ―y la humanidad en general― no estaban listos para separar completamente los conceptos de idolatría y espiritualidad. Esta comprensión divina se manifestó dramáticamente en el episodio de la serpiente ardiente en el desierto.
Cuando las serpientes venenosas atacaron al pueblo como consecuencia de su murmuración contra Dios y Moisés, el Señor no simplemente eliminó el castigo. En su lugar, ordenó a Moisés crear un símbolo paradójico: una serpiente de bronce elevada sobre una asta. Este objeto se convirtió en un instrumento de fe: quienes habían sido mordidos y miraban hacia la serpiente de bronce vivían, no porque el símbolo tuviera poder inherente, sino por su obediencia y fe en Dios.
El propósito pedagógico del Nehustán y la profecía cumplida en Cristo
La serpiente de bronce no evitaba las consecuencias del pecado ―los israelitas seguían siendo mordidos― pero ofrecía redención mediante la fe. Era un acto de misericordia divina que comprendía la necesidad humana de algo tangible hacia lo cual dirigir su fe. Dios estaba trabajando con su pueblo donde estaban, no donde idealmente deberían estar.
Siglos después, Jesús mismo estableció la conexión profética más significativa cuando declaró a Nicodemo:
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,Cristo identificó su crucifixión con aquel acto de Moisés: así como la serpiente fue levantada para que quienes la miraran con fe vivieran, él sería levantado en la cruz para que todos los que creyeran en él recibieran vida eterna.
15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:14-15
Esta analogía es profundamente reveladora: Cristo se convirtió en el verdadero símbolo de fe, el punto de encuentro entre lo divino y lo humano, entre el juicio por el pecado y la redención por la gracia.
La inevitable caída en la idolatría: El patrón que se repite
Sin embargo, la historia de Nehustán revela el patrón trágico que Cristo anticipó. Lo que fue diseñado como símbolo mediador se convirtió en objeto de adoración. Durante siglos, los israelitas preservaron la serpiente de bronce, probablemente en el Templo, hasta que comenzaron a quemarle incienso y a adorarla directamente, confundiendo el símbolo con la divinidad misma.
El rey Ezequías, en su reforma religiosa del siglo VIII a.C., tuvo que destruir la serpiente de bronce, llamándola despectivamente "Nehustán" ―literalmente "una cosa de bronce"― para recordar al pueblo que era simplemente un objeto de metal sin poder divino inherente (2 Reyes 18:4). El nombre era un juego de palabras intencional: lo que había sido un instrumento sagrado de sanación se había degradado a un mero pedazo de bronce que robaba la gloria debida solo a Dios.
La advertencia profética de Jesús al compararse con la serpiente de bronce contenía también una predicción implícita del mismo patrón. Él sería levantado como símbolo viviente de fe y salvación, pero la humanidad repetiría el error: confundiría el símbolo con la divinidad.
A lo largo de la historia del cristianismo, la cruz ―el instrumento de la crucifixión― se convirtió para muchos en objeto de veneración en sí misma, en lugar de ser un símbolo que apunta hacia el Cristo resucitado y su autoridad divina. Las personas comenzaron a adorar la representación física (la cruz, las imágenes, las reliquias) olvidando que estos son solo señales que deben dirigir la mirada hacia Dios mismo, no sustituirlo.
La lección permanente
El ciclo de Apis-Serapis, del becerro de oro, de Nehustán y de la cruz ilustra una verdad fundamental: los símbolos religiosos son necesarios para la humanidad porque necesitamos puntos de referencia tangibles para nuestra fe. Pero también son peligrosos, porque perdemos constantemente de vista que son solo mediadores, no la divinidad misma.
La destrucción de Nehustán por Ezequías no fue un rechazo del milagro original de Dios ni una falta de respeto hacia Moisés. Fue un acto profético que reconocía que incluso los objetos más sagrados, diseñados con propósito divino, deben ser destruidos cuando se interponen entre la humanidad y Dios. Como escribió un comentarista: "Nada podría ser más claro que el hecho de que la Serpiente Ardiente en el poste fue divinamente instruida y por lo tanto era pura y buena... Sin embargo, no hay nada que indique que esto fue más que una solución única para un problema único".
Este es el desafío perpetuo de la fe: mantener la conexión directa con lo divino sin permitir que los medios ―por más santos que sean― usurpen el lugar del fin último, que es Dios mismo.
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